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    La Guerra de los Treinta Años, y el Inicio de la Secularización de Europa.

    La guerra de los Treinta Años marcó el inicio de la secularización de Europa y el nacimiento del concepto de Estado Nación, vigente hasta nuestros días.

    La religión ha sido durante toda la historia de la humanidad uno de los principales elementos de identidad de los pueblos, a tal punto que cuando se fueron creando los estados organizados, el papel de los altos clérigos se fue vinculando al poder político. Esto se ve plasmado en la coronación de los reyes del Sacro Imperio Romano Germánico[1] por el papa desde la era de Carlomagno.

    Por tal motivo, cuando surgían disidencias religiosas, las diversas monarquías y el clero buscaron mantener su poder por medio de la conservación de su religión. Esto desató diversos conflictos confesionales dentro de la misma cristiandad, siendo la guerra de los Treinta Años el más destructivo y mortífero de la historia. Si bien este episodio comenzó por motivos religiosos, tuvo consecuencias políticas que duran hasta la actualidad. ¿Te interesa saber a qué me refiero?

    El Mapa

    Como siempre, remontémonos a los antecedentes. Y para esto, veamos el mapa de Europa hacia 1617. El centro del continente era dominado por el ya mencionado Sacro Imperio. La hegemonía sobre los diversos estados que la componían la tenían los Habsburgo. Esta dinastía austríaca reinaba también en la potencia del occidente europeo, España, en unión dinástica con Portugal y con dominios en Italia.

    Mapa de Europa de 1617. Antes que comenzara la guerra de los Treinta Años.

    En el norte, Suecia se consolidaba como la potencia principal y buscaba expandir su influencia sobre la región báltica. Inglaterra ya ostentaba el liderazgo de las Islas británicas y Francia aún no llegaba a su expansión actual. Por último, los otomanos dominaban los Balcanes, y Rusia y la Mancomunidad Polaco-Lituana se alzaban en el noreste.

    Antecedentes

    Ahora, a los hechos. Durante el siglo XVI comienza la reforma protestante impulsada por Martín Lutero. Diversos estados en Europa habían optado por desligarse de la Iglesia de Roma y fundar sus propias iglesias denominadas protestantes. Algunos, por convicción religiosa, otros al estar en desacuerdo con la política de la Iglesia Católica y otros como Enrique VIII de Inglaterra, por conveniencia política[2].

    Dentro del Sacro Imperio, también hubo estados que quisieron ser parte de la reforma. Esto llevó a la Guerra de Esmalcalda (1547 – 1547), en la que el rey Carlos V, entonces sacro emperador, derrota a la liga formada. Para evitar futuros conflictos, se firma la Paz de Augsburgo (1555). En ella se otorga a los príncipes alemanes la potestad de elegir la confesión para sus estados siempre y cuando no sea el calvinismo.

    A pesar de los esfuerzos, las tensiones religiosas se intensificaron durante la segunda mitad del Siglo XVI. En muchos lugares del Sacro Imperio se destruían iglesias protestantes. Estos clamaban a su vez que los términos de La Paz de Augsburgo eran utilizados para el resurgimiento del poder católico.

    Estas tensiones se vieron plasmadas en el Incidente de Donauworth de 1606, ciudad de mayoría protestante. En la cual obstaculizaron intentos de residentes católicos de hacer una procesión, que terminó en una revuelta violenta. Asimismo, el calvinismo, rama protestante prohibida, seguía expandiéndose. Esto derivó en la formación de la Unión Evangélica en 1608, coalición entre estados protestantes calvinistas y luteranos.

    Como respuesta a lo anterior, los estados alemanes devotos a Roma formaron la Liga Católica en 1609 bajo el liderazgo de Maximiliano I de Baviera. Entre estas tensiones de alianzas formadas explota la Revuelta de Bohemia, actual República Checa, en 1618, considerado como el detonante de la guerra de los Treinta Años.

    Fase Bohemia (1618 – 1624)

    Fernando II, emperador del Sacro Imperio Romano y rey de Bohemia, cuyo firme catolicismo y diligente oposición al protestantismo contribuyeron al estallido de la guerra de los treinta años.
    Fernando II, emperador del Sacro Imperio Romano y rey de Bohemia, cuyo firme catolicismo y diligente oposición al protestantismo contribuyeron al estallido de la guerra de los treinta años.

    El Rey Fernando II de Habsburgo, férreo defensor del catolicismo, es electo como el nuevo Sacro Emperador y a su vez rey de Bohemia. Esto despertó el recelo de la nobleza bohemia, mayoritariamente protestante. En consecuencia se realizó la “defenestración de Praga”, en donde arrojaron a dos funcionarios imperiales por las ventanas del castillo.

    Con la revuelta de Bohemia comienza primera fase de la guerra de los Treinta Años. Los bohemios ofrecieron la corona al calvinista Federico V, principe elector del Palatinado, condado del Sacro Imperio. Ante esta rebelión, el rey Fernando solicita ayuda al rey Felipe III de España, también de la casa de Habsburgo. Un conflicto que debía ser interno, comienza a tener actores extranjeros.

    Al cabo de dos años de conflictos, el bando católico sella la victoria en la Batalla de Montaña Blanca (noviembre 1620). Esta marca el fin de la Revuelta Bohemia así como el destino del pueblo checo, el cual permaneció bajo el dominio de los Habsburgo hasta el siglo XX. Sin embargo, algunos rebeldes bohemios voluntarios continuaron la lucha en la subsiguiente Fase del Palatinado.

    La campaña del Palatinado se refiere una serie de asedios por parte de la coalición imperial y el Imperio Español al territorio del Palatinado. Así, el Ejército de Flandes -actual Bélgica por entonces bajo dominio español- entró a territorio del Palatinado, haciendo frente a la Unión Evangélica, quienes amenazaba con liberar Bohemia. Esta fase culminó con una nueva victoria católica tras la conquista del Palatinado y la consecuente reivindicación de la hegemonía de los Habsburgo sobre Europa Central. Así como la disolución de la Unión Evangélica.

    Fase Danesa (1625 – 1629)

    Estos conflictos internos del Sacro Imperio comienzan a llamar la atención en todo el continente. Sobre todo, a los daneses del norte gobernados por el rey Cristián IV, luterano convencido y temeroso que la soberanía danesa protestante se vea amenazada. En 1625 pide el apoyo económico de Francia, gobernada por el entonces primer ministro regente, el Cardenal Richelieu (sí, el de los tres mosqueteros) y se embarca en una nueva campaña.

    El cardenal francés Richelieu en el asedio de La Rochelle contra los hugonotes.
    El cardenal francés Richelieu en el asedio de La Rochelle contra los hugonotes.

    Francia, nación católica, venía de reprimir a los protestantes hugonotes en terribles episodios como la Matanza de San Bartolomé. Sin embargo ahora apoya a los protestantes daneses. Aquí vemos como la guerra de los Treinta Años no solo adquiere un tinte religioso, sino también político. Y es que Francia se sentía amenazada al estar en medio de los dos grandes focos de poder de los Habsburgo, España y el Sacro Imperio, a pesar que compartían su fe.

    En fin. Los daneses no contaban con qué el Emperador Fernando II ya se estuviera preparando. Al no tener un ejército unificado, optó por contratar mercenarios, que en general formaron parte de diversas tropas en toda la guerra. Su ejército estaría al mando del bohemio Abercht Von Wallenstein, nacido protestante pero converso al catolicismo… por conveniencia económica, claro.

    Wallenstein es descrito como un emprendedor de la guerra. Ofreció al emperador luchar con su ejército de más de 30 mil soldados armados a cambio del derecho de saquear los territorios capturados. Y es en estos combates cuando se describe el sadismo del mercenario, al destruir, matar y saquear en todo pueblo protestante que cruzara.

    Lo anterior generó que miles de campesinos se decidieran unir voluntariamente a las tropas protestantes. Morir degollado por los mercenarios o intentar sobrevivir luchando eran sus opciones. A pesar de esto, Wallenstein consiguió imponerse a los daneses en las batallas del Puente Desau (abril de 1626) y Wolgast (setiembre de 1628).

    Esta última batalla selló el fin de la intervención de Dinamarca con la Paz de Luberck (1629) que prohibía futuras intervenciones danesas en la guerra. También significó el declive de Dinamarca como potencia en Europa. Aunque por otro lado, consiguió mantener su autonomía con respecto a la Iglesia de Roma.

    Intervención sueca (1630 – 1635)

    Ante rumores de traición de Wallenstein, este es destituido por Fernando II. Ello coincide con el inicio de la tercera fase de la guerra de los Treinta Años. Una nueva potencia que tenía la hegemonía del báltico interviene ahora. La Suecia de Gustavo II Adolfo. Los suecos entran a la guerra por motivos similares a Dinamarca. Evitar la expansión de la influencia católica y proteger a los protestantes. Emprendieron así una nueva campaña con el apoyo de los estados alemanes disidentes al Sacro Imperio y la financiación de Francia. La diferencia con los daneses, era que contaba con un ejército más profesional.

    Ante las iniciales victorias suecas, que llegaron a avanzar por parte del territorio alemán, Wallenstein es contratado nuevamente. Las atrocidades de la guerra llegan a su cenit con el Saqueo de Magdeburgo (mayo de 1631). Los católicos diezman a la población protestante de la ciudad, la cual pasó de tener 20 mil a solo 450 habitantes. Una verdadera carnicería.

    El rescate español de Breisach por el duque de Feria en 1633
    El rescate español de Breisach por el duque de Feria en 1633

    Uno de los episodios más memorables de la guerra fue el encuentro entre Wallenstein y Gustavo II Adolfo en la Batalla de Lutzen (noviembre 1632). Si bien es considerada una victoria táctica de Suecia, el rey sueco muere en batalla, por lo que se ganó el apelativo del León del Norte.

    Otro hecho a recordar de esta fase, fue la participación de Brandeburgo-Prusia en el bando protestante. Estado recién unificado en 1618 que fue la base de la Alemania que conocemos hoy en día y que poco a poco fue ganando autonomía y protagonismo.

    Las sospechas sobre la lealtad de Wallenstein se acrecentaron nuevamente ante rumores de negociación entre el mercenario y los suecos. Por tal motivo, fue asesinado a traición hacia 1634. Si bien esto tranquilizó al emperador, también acabó con el jefe militar que más victorias había conseguido para el bando católico.

    Tropas españolas son enviadas desde sus posesiones en Milán al mando del hijo del emperador, Fernando III. Así, en la Batalla de Nordlingen, logran sellar la victoria para el Sacro Imperio en esta tercera fase.

    Suecia firma la Paz de Praga en 1635, en la que se acuerda la expulsión de los suecos de todo el territorio del Sacro imperio. Así también la legalización del calvinismo y el restablecimiento de los territorios entre protestantes y católicos según la Paz de Augsburgo.

    Esto significó que los Habsburgo mantuvieran su poder, lo cual no fue de gusto de los franceses. Con esto, y aprovechando el tremendo desgaste de los Habsburgo tras tres sangrientas fases, el cardenal Richelieu se prepara para la guerra.

    Intervención Francesa (1636 – 1648)

    En 1636 comienza entonces la última fase de la guerra de los Treinta Años. Francia convence a los suecos para contraatacar. Así también incentiva a los neerlandeses, que a su vez luchaban con los españoles en la Guerra de los ochenta años, por su independencia. En esta fase se abre un nuevo frente de guerra pues los españoles atacan Francia. Aquí se inicia la Guerra Franco-Española (1635 – 1659).

    El objetivo de España era llegar a París desde su base en Flandes. Sin embargo, sufren dos crisis internas que fueron decisivas en la guerra. Primero, la Sublevación de Cataluña en la Corona de Aragón (1640 – 1659). Y segundo, la Guerra de Restauración Portuguesa (1640 – 1668), en la que la casa de Braganza se revela contra la corona española, a la que estaba ligada en unión dinástica desde 1580. Como te imaginarás, Francia apoyaría a ambos bandos detractores de España.

    La batalla de Rocroi. Guerra de los Treinta Años.
    La batalla de Rocroi (1646). Guerra de los Treinta Años.

    Por tener que lidiar con estos percances, España es derrotado decisivamente por Francia en la Batalla de Rocroi (1643). Esta significó el inicio del declive de los tercios españoles, considerados hasta entonces como invencibles. Con esto, la moral del principal aliado del Sacro Imperio se viene abajo, comenzando así la inminente derrota del bando católico.

    En el frente del Sacro Imperio, Suecia consigue derrotar a las fuerzas imperiales durante la Batalla de Jankov (febrero de 1645). Significó un gran golpe para el ejército Habsburgo que recibió más de 8 mil bajas. El último gran jefe militar de los católicos, Franz voc Mercy pierde la vida en la Segunda Batalla de Nordlingen (agosto de 1645).

    Sin líderes y con un ejército diezmado, el Sacro Imperio es ahora invadido simultáneamente por franceses desde el oeste y suecos desde el este. El bando franco-sueco da las últimas estocadas a los españoles en Batalla de Lens (agosto de 1648) y al Sacro Imperio en la Batalla de Zusmarshausen (mayo de 1648). Los Habsburgo habían caído.

    Consecuencias

    Los acuerdos tras la guerra serían estipulados en la Paz de Westfalia. Los cambios territoriales fueron principalmente en favor de Francia, quien obtuvo varios territorios hacia el noreste. Suecia obtuvo Pomeriania occidental, Bremen y Stettin. Brandeburgo-Prusia por su parte obtuvo la Pomeriania Oriental. Asimismo, Suiza y los Países Bajos consiguieron su independencia. El primero tras acuerdos diplomáticos y el segundo luego de ochenta años de luchas contra la monarquía hispánica.

    Asimismo, los estados alemanes del Sacro Imperio, alrededor de trescientos sesenta, obtuvieron el derecho de ejercer su propia política exterior. Además se vieron forzados a reconocer a los calvinistas. En general, Westfalia marcó la secularización de la política al ser la última guerra religiosa. Así también, surge el surgimiento del concepto de Estado-Nación, en donde se pone los intereses territoriales y de la población por encima de todo.

    Lo anterior fue plasmado en la ya mencionada intervención francesa contra los católicos, a pesar de compartir su misma fe. Y hablando de Francia, tras esta guerra se convirtió en el nuevo poder dominante en Europa. Suecia se consolidó en un imperio que obtuvo la hegemonía del norte del continente. Esto también luego de vencer a Dinamarca en la Guerra de Torstenson (1635 – 1645), en donde los daneses se habían unido al bando católico casi al fin de la guerra.

    Los ascensos de Suecia y Francia son a costa de la decadencia tanto del Sacro Imperio –y por consecuencia de la Iglesia Católica- y de España. Este último terminó perdiendo el control sobre Portugal tras la Guerra de Restauración. También perdió ciertos territorios catalanes ante Francia tras la consecuente guerra franco-española que se extendió hasta 1659.

    En cuanto a las consecuencias sociales, fueron catastróficas sobre todo para los estados alemanes en donde se estima que murió hasta el 35% de la población tanto por la guerra, como por hambrunas y enfermedades. En general, se estima la muerte de entre 3 y 4.5 millones de personas, siendo la guerra más mortífera hasta ese entonces. Asimismo, comienza la abolición del feudalismo en Europa Central y Occidental.

    Para terminar, solo volver a resaltar las consecuencias políticas de la guerra de los Treinta Años. Los ideales del estado-nación surgidos tras la paz de Westfalia siguen vigentes hasta el día de hoy. Los ciudadanos desde entonces y hasta ahora, se someten a las leyes de sus respectivos gobiernos por encima del de otra institución, sea religiosa o secular.

    ¿Y tú qué opinas? ¿Te parece que este cambio ha sido positivo para la política internacional? ¿Consideras que la religión siguió siendo el motivo de la guerra de los treinta años hasta el final? ¡No te olvides de dejar tu comentario!

    Notas

    1. Agrupación política que tuvo la hegemonía de Europa Central durante gran parte de las edades media y moderna
    2. Enrique VIII separa la Iglesia Anglicana de la Católica en vista que el papa Clemente VII se niega a anular su matrimonio, pues buscaba un hijo varón que lo suceda en el trono.

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